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La Ordalía

Se llaman «ordalías» o «juicios de Dios» a aquellas pruebas que, especialmente en la Edad Media occidental, se hacían a los acusados para probar su inocencia. Dicha prueba se aplicaba frente acusaciones difíciles de dirimir en una sociedad feudal y ultrareligiosa.

El origen de las ordalías se pierde en la noche de los tiempos. Ya era corriente en los pueblos primitivos (existiendo testimonios de procesos semejantes en el Código de Hammurabi, en sociedades animistas de tipo tribal, en la cultura hebrea o incluso en Grecia) pero fue en la Edad Media cuando tomó importancia en nuestra civilización.

Varios eran los sistemas que se usaban en las ordalías.

La ordalía por medio del veneno era poco conocida en Europa (probablemente por la falta de un buen tóxico adecuado a este tipo de justicia) pero se utilizaba a veces la curiosa prueba del pan y el queso. Ésta ya se practicaba en el siglo II en algunos lugares del Imperio romano. El acusado o la acusada debía comer cierta cantidad de pan y de queso. Tras ello si había vestigios de culpabilidad, Dios enviaría a uno de sus ángeles para apretarle el gaznate a la persona ajusticiada de modo que no pudiese tragar aquello que comía.

La prueba del hierro candente, en cambio, era muy practicada. El acusado o la acusada, debía coger con las manos un hierro al rojo vivo durante cierto tiempo. En algunas ordalías se prescribía que se debía llevar en la mano este hierro el tiempo necesario para cumplir siete pasos. Luego se le examinaban las manos para descubrir si en ellas había signos de quemaduras que acusaban al culpable.

El hierro candente era muchas veces sustituido por agua o aceite hirviendo (o incluso por plomo fundido). En el primer caso la ordalía consistía en coger con la mano un objeto pesado que se encontraba en el fondo de una olla de agua hirviendo. En el caso de que la mano quedara indemne, la persona acusada era considerada inocente.

De estas prácticas ha llegado a nuestro día la expresión “Poner la mano en el fuego”. Y es que cuando ponemos la mano en el fuego por alguien, queremos decir que confiamos ciegamente en esa persona (y que por lo tanto no nos quemaremos).

La ordalía por el agua era muy practicada en Europa para absolver o condenar a los/as acusados/as. El procedimiento era muy simple: bastaba con atar a la persona imputada de modo que no pudiese mover ni brazos ni piernas y después se le echaba al agua de un río, un estanque o el mar. Se consideraba que si flotaba era culpable, y si, por el contrario, se hundía, era inocente, porque se pensaba que el agua siempre estaba dispuesta a acoger en su seno a un inocente mientras rechazaba al culpable. Claro que existía el peligro de que el inocente se ahogase, pero esto no preocupaba a los jueces.

Esta prueba se usó mucho en Europa con las personas acusadas de brujería. Los tribunales de la Inquisición hicieron mucho uso de este juicio divino, sobre todo en los casos en los que era vital demostrar la acusación de brujería contra alguien.

La ordalía en psicología (o el castigo del síntoma)

Cuando nos referimos a ella en el ámbito terapéutico, estamos hablando de vincular la aparición de un determinado síntoma a la realización de alguna otra actividad que, resultando  molesta o incómoda para el o la paciente, resulte al mismo tiempo beneficiosa para él o ella.
Es una técnica  con la que se pretende extinguir un comportamiento inadaptado, introduciendo a continuación de la conducta problema (de manera contingente) una actividad que resulte más molesta que el comportamiento problemático.

Ejemplos de ordalías:

  • Podemos indicar a una persona insomne que si lleva veinte minutos en la cama sin dormirse debe levantarse y planchar tres camisas antes de volver a acostarse.
  • A una persona con ansiedad social y dificultades para el estudio, que cada día que no consiga estudiar el número de folios establecidos debe invitar aalguien a un café.
  • En un caso de bulimia con atracones, se acuerda con la paciente que, cada vez que se produzca un atracón, deberá levantarse esa misma noche a las 3 de la madrugada para hacer ejercicios abdominales durante treinta minutos.

Este tipo de tareas, basadas en «castigar» el síntoma, puede utilizarse con una amplia gama de problemas. Están especialmente indicadas en pacientes que consultan por dos problemas diferentes, de forma que se pueda ligar un retroceso en uno a un avance en otro. Por ejemplo, a una persona que quiere controlar su ira en el trabajo y tiene una mala relación con su madre podemos pedirle que cada vez que se descontrole en el trabajo deberá enviar por la noche un mensaje cariñoso a su madre.

Con este tipo de intervenciones, el o la terapeuta vincula la futura aparición de síntomas o comportamientos problemáticos con otros comportamientos que el/la paciente lleva a cabo deliberadamente. La anticipación de la amenaza de castigo prescrita cambiará el significado del problema a uno que es incompatible con la continuación del problema.

Así, en el caso de la paciente bulímica, la perspectiva de los ejercicios va trasladando el significado de los atracones desde un indeseable, al mismo tiempo que gratificante síntoma, a una desagradable pero al mismo tiempo beneficiosa conducta.

Una buena forma de plantear esta tarea es mediante un «pacto con el diablo» (Fisch et al.,1982; Haley, 1980). Se trata de comentar la persona que nos consulta que tenemos para él o ella una propuesta casi infalible, pero que antes de explicársela necesitamos su compromiso en firme de que la llevará a cabo. No le diremos en qué consiste, pero le garantizamos que no se trata de nada peligroso, ilegal o amoral, y esperamos su conformidad.

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